Si pudiera cambiar algo del pasado, sería el día en que apareciste por primera vez. Luego, intentaría hacerlo distinto en todos los momentos que te alimentaste de mis miedos, mi soledad y las acciones de los demás, porque hoy no sé cómo explicarle a la persona que amo que siento perderlo aun cuando no hay razón aparente.

Después de escribir 15 páginas a mano al borde del llanto, sé que naciste en el silencio, en mis sollozos detrás de las puertas y en todas las veces que necesité un abrazo, pero no había nadie para dármelo. Ese día, supe cuáles fueron todos los momentos en que te fortaleciste, aunque honestamente, no sabía que vivías en mí. De hecho, aún no entiendo por qué decidiste despertar cuando el amor tocó mi puerta.

Me resultas bastante incómoda y egoísta, como si no quisieras compartirme con nadie, ya que cuando nadie me ama, tú no estás. Sí, sabes que no puedo ser abandonada si no tengo a nadie, así que te vas; sin embargo, me siento tan vulnerable, pequeña y desamparada cada que estás cerca.

Es mi memoria emocional la que se activa con ciertas palabras o situaciones y detesto que la lógica, aunque siempre ha sido mi aliada, no funciona ante ti. Tu presencia me ridiculiza, me vuelve incoherente, irracional, me lastima y me hace querer alejarme de la persona a la que, en ese momento, más necesito abrazar.

Me duele saber que vives en mí y me perteneces, que surgiste como mecanismo de defensa y que hoy, aunque ya no me sirves, sigues visitándome y agobiándome. Sé que eres buena para engañar, que proyectas en nuevas personas lo que otras me hicieron sentir y que encuentras la forma de empalmar mi presente y futuro con mi pasado para mantenerme alerta y recordarme que siempre seguirás aquí.

A veces me pregunto si algún día podré sobrellevar mejor tu presencia, si todo lo que me dices al oído sonará como una broma venenosa de la que podré reírme, si tus caricias en mi cuerpo dejarán de sentirse como dolores reales e incontrolables que perforan mi corazón, mi estómago y mi mente o si más bien, pretendes acompañarme hasta que todos decidan irse y entonces tú, sonriendo, tranquila y sin propósito puedas marcharte.

No me pregunto lo que vive en ti porque lo sé, más bien me pregunto cómo eres: si eres grande y algún día podré alcanzar tal grandeza para que ya no me resultes imponente o si eres pequeña y pretendes escabullirte toda mi vida por nuevos rincones. 

La verdad es que por las noches le pido a Dios que me ayude a despedirte y cuando vienes, le digo que por favor me tome de la mano fuertemente, me acerque a su regazo para llorar y que a través de mis lágrimas corran todas tus erróneas intenciones sobreprotectoras.

Sé que todo lo que me susurras viene desde el amor y la sobrevivencia, pero me gustaría que comprendieras que el verdadero amor no lastima como tú lo haces y que algunas personas sí pueden amarnos de una forma que nos reconstruye en lugar de hacernos polvo.

Jamás pensé decir esto, pero te agradezco por estar alerta, por querer mantenerme a salvo, por cuidarme para que ya no haya otra cicatriz en mi corazón. Sin embargo, también quiero que sepas que lloraré para irte drenando, que en lugar de alejarme de esa persona que te amenaza, me acercaré para que me refuerce su amor. Te dedicaré muchos de mis días de terapia y probablemente también te escribiré muchas de estas cartas para entenderte mejor y descubrir cómo es que te irás apagando. 

Sé que quizás solo te transformarás en una sombra silenciosa que estará lista para volverme a visitar. Cuando eso ocurra, prometo no ignorarte, sino darte la bienvenida y volver a charlar contigo para entender por qué estás aquí, después de todo, nadie mejor que tú sabe cuán profundas son las heridas que te dieron vida y por las que algún día volverás.

-L

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