Escribo para desenredar mi mente y ese nudo en la garganta que me acompaña desde antes de partir.
No podría olvidar ese día: cada segundo que transcurría le daba más espacio a la nostalgia. Hacía mucho que no sentía que mi pecho se rehusaba a que el aire llegara a mis pulmones.
Allí también estaban las lágrimas expectantes a que un recuerdo las liberara y mi corazón, medio vivo, sentía que tu amor me había regresado el sentido y ahora, contrario a lo que deseaba, me estaba arrebatando el aliento.
Recuerdo rehusarme a llorarte porque sé que mi alma gritaría inoportunamente, no por no desearlo.
Le quité el permiso a mis dedos para escribirte que tu ausencia en mis días no es más llevadera de lo que lo era antes y, en su lugar, le puse un disfraz de flores a mis palabras para parecer optimistas, aunque ellas y yo sabemos que quisieran tocarte la puerta, entrar confiadamente e inmediatamente desnudarse ante ti.
Hoy, después de un mes, sé que los nudos no se desenredarán fácil y que aunque a veces se aflojan, hay momentos en los que el movimiento les regresa la vida.
Sin embargo, también le tomé cariño a esos nudos porque su presencia me dice que están aquí porque tú también lo estás y que si quisiera que no existieran, entonces no tendríamos historia, razones para continuar o un propósito por alcanzar.
Después de todo, todas las historias tienen un nudo y solo espero que la nuestra me dé muchos menos de los que mi cuerpo pueda soportar.